lunes, 26 de abril de 2010

Visiones vespertinas


Las ranuras en la pared cada vez crecían más y más, se alargaban, como rasguños de furia, finos y profundos. Comencé a notar que el corazón que ahí se escondía, camuflado como grieta, comenzaba a palpitar, se ocultaba sólo la mitad... ¿o es que sólo la otra mitad quería ser vista? Tal vez era un llamado de auxilio ... y al fondo, un rostro, bueno un perfil para ser más exacta, pálido... con un gesto indescriptible. 

En primera instancia le sentí tímido, pero vi que su parpado cerrado posiblemente actuaba como represa para una lágrima. La boca temblaba, como el resto de la pared. Había algo por decirse, pero no se acumuló el valor.

Le seguí observando, al tiempo que te escuchaba al teléfono cantándome, elevándome por la fantasía y dándole vida a esa pared que el tiempo ha marcado indeleblemente. Los rasguños seguían alargándose, pero al mismo tiempo podía ver que no iban a ningún lugar.

Después noté que el perfil no era tan inocente como había creído. La boca dibujaba una sonrisa torcida, tal vez se dio cuenta que había caído en su manipulación silenciosa y estaba feliz con su obra, con el creer en su fragilidad inventada. Ante esto vi cómo las grietas se profundizaban más, sacando a relieve pequeños pedazos. Todos, a pesar de que venían de la misma pared, tenían texturas distintas... la que más se aproximo a mí era tosca, granulosa y sentía que podía lastimarme. El matiz ambiental también se iba modificando, podría decir que dependía de lo que tu voz marcara. Tu tonalidad, tu fuerza... en las pausas todo paraba de crecer y de bailar en la pared. Suavizabas y sentía el terciopelo... ¿o acaso fue tuyo?.








No importa que cambie, no importa que ausentes. Somos tú y yo. Lo siento... y te siento. Gracias.


Elevémonos por ese viaje sin fin... donde sólo volamos si sentimos caer. Te amo.