viernes, 23 de septiembre de 2011

MP


martes, 20 de septiembre de 2011

Detrás de la careta

-¿En algún momento dejará de ser noche?

Se pregunta, agitada y temerosa. Lleva días ahí, en la oscuridad de una habitación húmeda y roída por el tiempo. No logra ver el pequeño hilo de luz que se asoma por entre las cortinas, ya deshechas, carcomidas. 

La oscuridad le es pesada y densa con cualidades soporíferas que ha tenido que sobrellevar, soñar ya no es opción cuando no hay tranquilidad en sus historias.

Su máscara cada vez le dobla más las rodillas, es el peso del engaño, la carga de una vida que ha tenido que ocultar. Le agobia el tiempo que la ha llevado puesta, sin darse cuenta que se la quitó unos meses atrás cuando eligió la soledad como estilo de vida, cuando optó por el claustro de esa habitación con tintes otoñales y olor putrefacto. Ya no llevaba la máscara ¿entonces qué le hacía mirar abajo? 

La desesperación de quererse quitar la careta la ha llevado a rasguñar su propia piel, aún así no le satisfacía el rojo vivo de su propia carne para poder verse al espejo. No era ella, no más; ya no reconocía aquel reflejo. Gritaba con su voz apagada, sin vida, sin nadie que le escuche y sin deseos de respuesta, poco a poco rompía su garganta. Cuando ya no hay nada que esperar, la espera se hace más lenta. 

Rasga su piel, quita capas de ésta como si en la profundidad de su ser se encontraran las respuestas a preguntas que no puede siquiera formular.

Aquel espejo roto, aquel hilo imperceptible de luz junto al polvo que baila a través de el. Sus manos con sangre fresca y rastros de sangre seca en el suelo, alrededor de un ser que aún respira, llora y respira, grita y suspira. Hincada, sin sombra ya en ese mundo oscuro. Todo comienza a secarse.

-¿En algún momento dejará de ser noche?
Se pregunta en el instante que el sol se oculta y se lleva consigo ese único hilo de luz que le dejaría ver el último reflejo que transmitiría. Detrás de la careta ya no existía nada.

lunes, 5 de septiembre de 2011

De sentidos y esperas

¿Has probado la desesperación? Deja un sabor en la boca como el de una moneda o tubo de camión; no, no es que coma monedas o lama tubos, pero alguna vez después de tocarlos tuve el infortunio de llevar mi mano a la boca, no preguntes por qué. Sí, sé que suelo divagar; sólo quiero saber si has sentido ese sabor, que a pesar que ya no lo tengas en tu lengua sigue persistente, tal vez por mera sugestión. 

Jamás imaginé que la espera tuviera sabores, mucho menos algún tipo de olor, pero los tiene. Si me preguntas, no todas las veces son desagradables, a veces la espera es deliciosa, es dulce o con un sabor ácido... ¿recuerdas cuando llegaste a tu primera cita? Si todavía no estaba a quien verías, el estar sentado mirando a todos lados es sumamente rico. Casi detectas el aroma frutal que desprende el tiempo.

Sin embargo la desesperación, la impaciencia y la angustia (si hablamos de ella en un sentido coloquial), vaya, esas sí que dejan mal sabor, casi ni dan ganas de hablar después de sentirlas ¿qué tal si alguien más percibe el olor de tu boca? Debe ser desagradable (para ambas partes).

Recordemos que hay solución para todo, por ello es que siempre cargo con pastillas de menta.

sábado, 3 de septiembre de 2011

Un tiempo más



Mírame un rato más, sólo déjame sentir por medio de tus ojos cómo es que nuestra historia no se evapora, no como el río o como las lágrimas que ayer humedecieron el teclado. Déjame soñarlo un rato más antes de la verdad.

Acaricia mi mano y transmite ese calor que no tendrá el vacío cuando te vayas, déjame la sensación de tu suave piel un tiempo más, que entre sollozos sé que sería difícil siquiera imaginar un mundo sin ti. No me sueltes, no aún, que salir por esa puerta me parece indeseable e incluso temible, no me preparé para éste adiós.

Si lo deseas, en honor a todas aquellas tardes húmedas y noches jadeantes, regálame un último beso, uno que perdure por la eternidad, aquella que sentiré cuando tu sombra haya desaparecido completamente y el eco sea el único que me recuerde lo que fue.

No, no me sueltes aún, sé que la luna ya se ha levantado y que la oscuridad, aquí dentro, ya es perturbadora; pero aún no es tiempo de verte partir, me quedan unos cuantos sueños por contarte y algunas caricias que robarte, escucha más allá de lo que tus oídos te dejen y mírame, tan sólo mírame y siénteme por última vez.