domingo, 29 de agosto de 2010

De un amor enfermo


De no ser por esa noche, nada sería lo mismo. O eso quiero creer.

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Las líneas de la carretera pasaban rápidamente por entre las llantas. El zigzag que mis sentidos me permitían formar al conducir le hacía gritar azarosamente y yo ya no sentía el miedo, sólo la incertidumbre por el 'qué pasaría'. Aún recuerdo el sonido que las hierbas de los lados de la carretera hacían al golpear el auto.

Llegamos por fin a la casa de aquél rancho, hecha de adobe, fango y sudor de mi abuelo, tan percudida como la recordaba. Me vio con los ojos llorosos, ahora no podría asegurar si era por el camino o por la conversación previa. La noche era húmeda y un gallo cantaba, aún la luna seguía en su cúspide, el viento nos dio la bienvenida haciendo bailar a mi falda en cuanto me bajé del auto, un modelo clásico (así aprendí a decirle para no sentir que era viejo).

Ya eran dos horas en las que no nos dirigimos la palabra, ¿cuánto más podrías aguantar para estallar? Abrí la puerta y rechinó, si hubiera vecinos sentiría que comenzarían sus juicios y especulaciones sobre dónde estábamos y por qué llegábamos a esa hora. Yo llevaba en el pensamiento mil y un planes, mil y una formas de llegar a lo que llamaba solución, pero necesitaba de ti, algo que me incitara a cumplir la promesa de dejar todo en el olvido, lo que hice fue para mí y ya, un nuevo comienzo. 

- Esto no puede seguir así- Acertaste a decir, aunque estábamos de espaldas pude escuchar el llanto en tu voz temblorosa y eso me permitió sonreír, soy cobarde y lo sabes. 

- Yo nunca te mentí, jamás me glorifiqué con cualidades inexistentes ni te prometí fidelidad- Respondí intentando mostrar seriedad, siempre me he excusado de ésta forma y hasta a mí misma ya me había aburrido, pero no puedo quitarme la costumbre de creerme las justificaciones que labro.

- ¿Y qué sigue? ¿Terminar? Te prometí que no te dejaría tomar la salida fácil, pero ahora no sé qué quiero- En este punto ya no me mirabas a los ojos, pero tampoco tenías mirada baja, veías a un punto en el cielo. Había imaginado este momento, pero jamás pensé que sería en este viaje, no en la casa en la que pasé temporadas completas en mi infancia. Todo tenía un sabor exquisito, un sabor de culpa, pero sin máscaras. Como cuando un niño le confiesa a sus padres que reprobó una materia, pero hasta que están en la playa y no pueden privarle (significativamente) de su diversión.

Y ahora comenzaría el espectáculo.

- ¡No!... no nos hagas esto, todavía nos queda mucho por vivir, esto no ha terminado para nosotros- Quise adornar este diálogo con lágrimas, pero no me salieron, así que opté por sólo respirar de manera agitada.

- No nos hago nada, tú lo hiciste en el momento que olvidaste mi nombre por estar en su cama y yo ya no pienso cargar con tus discursos insensibles, no más-.

La conversación se alargaba y yo sólo pensaba en dormir, ¿a qué hora cederías como lo tenía planeado y podríamos tener la reconciliación acostumbrada? Sólo hacías esto más difícil. Cuando dejé de escuchar lo que decías recobraste mi atención al mencionar aquellas palabras

Esto es todo, no es parte del juego que esperabas que jugáramos esta noche, yo ya dejé ese rol. No soy quien te levantará más de tus caídas. Me harté. Yo seguiré con mi vida, tú seguirás soñando que también lo haces. Adiós.

 Aún quería pensar que era alguna improvisación del plan, por eso no te detuve, el sol ya había salido y te vi caminar por el camino empedrado, sentí algo raro en mi pecho cuando ya casi no podía distinguirte del paisaje, un vacío o un grito que quería dar, pero no pude, nunca lo había sentido y no me gustó. Sólo callé, esperando que regresaras, tu despedida definitiva no era parte de lo que ideé. 

Y ahí me quedé, viendo al vacío durante medio día. Regresé a nuestra casa al día siguiente, tus cosas ya no estaban, la cama estaba tendida y no encontré ni siquiera una nota aclaratoria. ¿Cuándo fue que todo se salió de mi control?

Hoy, tres años después, sigo intentando descifrar tu adiós. El juego patológico dejó de funcionar de repente y yo no tenía más que ofrecerte, aún no sé qué es lo que quieres. No puedo regresar a la vida que tenía antes de ti, a las relaciones hedonistas y vicios que las complementaban; no puedo continuar en una vida sin ti, aprendí a estar contigo en las buenas y en las malas.

De no ser por esa noche no hubiera comprendido mi inestabilidad, mis inseguridades que me empujaron a dejarte ir porque sabía que merecías algo mejor. Ahora intento serlo, puedo prometerte un cambio real y te he suplicado que regreses de todas las maneras que puedo, pero sé que si lo haces todo se repetirá, caería en los mismos errores que no tienen consecuencias. Y vivo en la paradoja de ser la mejor persona que soy sin ti (para ti) o ser la feliz persona que soy contigo.

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