jueves, 5 de agosto de 2010

Y escribía



Y ella escribía. Primero en su cuaderno que se llenaba de tinta, la fuerza en el trazo era la prueba física de su herida. No le basto, no entendía todas las letras que salían de su mano vibrante, eran tantos los intentos de borrar palabras que al final no quedo un ensayo coherente.


Se sentó, pues, frente a su computadora, la impaciencia le ahogó mientras el programa arrancaba, movía su bolígrafo de arriba a abajo insistentemente sujetándole con su pulgar e índice. Se detenía sólo para seguir llenando hojas en su cuaderno, de algunas palabras medio legibles y otras que tachaba con furia. Cuando por fin tuvo la oportunidad de teclear sus pensamientos lo hizo de tal forma que el sonido del teclado taladraba el silencio de la habitación, eran sus dedos como martillos; golpeaban las letras esperando plasmar aunque fuese la mitad de las ideas que le pasaban cada minuto. Las incoherencias de lo que lograba recapitular le enfurecían más que el darse cuenta que eran las mismas que pensaba.


Entre frases como 'extraño el mundo' o 'sirvientes del deseo' pronunciaba lo que para ella le ayudaría a entender su triste realidad, realidad decidida por y para sí. No lloraba, de hecho, fuera de la actividad exacerbada de sus manos, no mostraba ninguna emoción en el resto del cuerpo, como si fuera ajena a ese armamento corpóreo. 


Escribió y escribió, no veía el teclado ni la pantalla, sólo se dejó llevar. Ya no sabía qué esperar de nada, escribió sin esperar, escribió sin saber. Escribía sobre ella, escribía sobre nada y escribía sobre ayer. Aún le parecía presuntuoso escribir sobre mañana. Escribió diez páginas para luego borrar siete, no las leyó, pero intuyó que no tenían nada de valor. Luego repitió lo escrito, pero con un toque diferente.


Se sintió satisfecha algunas horas después, la luna ya no le acompañaba y su piel lucía notoriamente diferente a la que llegó horas antes a sentarse frente al monitor, tenía ojeras y las arrugas de su frente ahora eran más pronunciadas. Sus labios blanquecinos se agrietaron como si no esperaran que bosquejara una sonrisa de nuevo. Aún tenía la intención de escribir, pero ya no veía la necesidad, estaba terminado.


No revisó. Sintió que todo estaba listo. No había más por hacer, sólo seguir. Apagó su computadora, nadie sabría lo que esa noche le hizo escribir, nadie sabría más de ella. Abrió la puerta y salió, la luz exterior era tan intensa que no aguantó, simplemente cayó. Jamás despertaría. 


Nadie sabría.






Cambian los medios, no el fin.
Todo se mueve para un fin.
Nos dirigimos al fin.

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